2.5. Un mapa

Un mapa es una representación y toda representación toma distancia de aquello que procura. Podemos rastrear los andares mal disimulados—pero adrede—de Javier Marías a lo largo de la rancia Oxford, pero tales no serán nuestros caminos. O trazar las dispersiones de los perseguidos y exiliados bajo la sombra del régimen nazi alrededor de toda Europa, podemos, aunque nuestra imaginación de tal desconcierto y pasmo no haya de ser sino incompleta, incluso en el caso de Sebald o cualquier otro novelista dotado. La ruta del tren veraniego alemán está a la vista, invariable durante siglos, pero tanto las experiencias de Dostoievski como las de Tsypkin al surcar las noches inacabables en el tren de los inviernos rusos nos son fatalmente ajenas. Es por ello que arropamos la experiencia con palabras, porque se nos va. Y aún entre las palabras, entre el recuerdo personal y la memoria colectiva, la experiencia, que era nous, se escurre y disipa. Entre las manos, entonces; entre la memoria, enseguida; entre el logos, ahora: la experiencia que es responde siempre al tiempo pasado, pero imperfecto: era—y enseguida hemos de agregar signos de interrogación a este verbo. Las rutas están ahí, presumiblemente, los lugares, pero lo que nos consta son más bien los mapas, los discursos de las cosas. Y muy pronto nos damos cuenta de que nuestro mapa es obsoleto. Necesitamos más para dar cuenta de los climas, de las zonas rocosas, de las divisiones políticas y de los vientos, que siempre cambian, de las alturas, de los caminos y rutas sobre la tierra, sobre el mar, debajo, de los túneles, del cielo. Necesitamos mapas de la red, mapas del espacio exterior. Al final aceptamos con cierto recelo que los andares eran, pero no podemos decir sin negligencia han sido. Y en pos de certeza, trazamos un nuevo mapa, archivamos nueva información. Esta información apurada de la que mayormente nos alimentamos mediante la red es tan necesaria como puede ser improductiva. Al mapa le hace falta su relato, o mejor: sus relatos. El problema de apelar a la Verdad es que se cree única y por lo tanto excluyente, ante lo cual debe considerarse la célebre sentencia de Valéry: “la Verdad es ésta: que es más profunda” (en “La Isla de Xiphos”, “L’île Xiphos”, de Historias Truncas, Histoires Brisées, 1950). El dato es una glosa de la realidad y es por tanto verdadero, pero genera a su vez otra realidad—una suerte de lenguaje, un mapeo—a la que corresponde más información—una gramática, una cartografía. Verdadero, el dato no basta. Y en el fondo, nada basta.

Ni la memoria ni el pensamiento ni la identidad son metas, sino procesos. De ahí que el relato deseado sea al tiempo imposible, pues el proceso es interminable. En este ámbito, el deber y la ética del escritor son iguales a los del lector: ambos deben consumir, negando; ambos deben desarticular los discursos existentes. La negación es la sentencia del pensamiento por excelencia. Lo que indica: logos No es nous, o, en otras palabras: este discurso, incluso si verdadero, No es la Verdad—que es más profunda. Ahí están los ejemplos de Marías: Todas las Almas No es relato de la realidad y Negra Espalda del Tiempo No es relato novelesco; ambos libros penden de tales extremos. Sebald: el individuo No es su experiencia Ni su memoria Ni su idioma, aunque Tampoco puede ser sin las dialécticas entre esos tres elementos—que son más bien potencias. Tsypkin: Dostoievski No es Dostoievski, o el nombre No es el individuo; nuestras relaciones entre autor, personaje y lector No son fijas, sino intercambiables. Estas desarticulaciones de ideas, presupuestos y datos lo son en última instancia de lo evidente. Y si bien tal es una tarea estética en los casos citados, enseguida se revela una tarea política y, al final, ética. Tengamos en cuenta que, para llevarla a cabo, la del lector es una empresa que requiere tiempo. No mucho tiempo sino todo el tiempo: se cumple también cuando decidimos descansar o ignorar un problema. Pero, ante todo, requiere tempo, ritmo, uno opuesto al que la red impone. La literatura no es crítica del hipervínculo, sino de su aceleración.

Aguillón-Mata

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