Narrando los Riots

El London Review of Books es mi publicación literaria (y política) favorita. No me pierdo un número.

Tienen un blog y han estado publicando excelentes reportes con testimonios de escritores locales sobre zonas específicas donde han habido disturbios.

Si leen inglés (o usando Google Translate) por favor lean los siguientes posts:

Los artículos del London Review se suelen compartir en Twitter usando el hashtag #lrb o #LRB.


3.5. A propósito

A propósito me viene a la mente otra lectura de Macedonio que no es la irónica y desconfiada admiración de Borges ni el desdén decidido de Bioy; Julio Cortázar, en emotiva carta póstuma a Felisberto Hernández dice:

…si por un lado me duele que no nos hayamos conocido, más me duele que no encontraras nunca a Macedonio ni a José Lezama Lima, porque los dos hubieran respondido a ese signo paralelo que nos une por encima de cualquier cosa, Macedonio capaz de aprehender tu búsqueda de un yo que nunca aceptaste asimilar a tu pensamiento o a tu cuerpo, que buscaste desesperadamente y que el Diario de un sinvergüenza acorrala y hostiga […] Siempre sentí y siempre dije que en Lezama y en vos (y por qué no en Macedonio, y qué hermoso saberlos a todos latinoamericanos) estaban los eleatas de nuestro tiempo, los presocráticos que nada aceptan de las categorías lógicas porque la realidad no tiene nada de lógica, Felisberto, nadie lo supo mejor que vos a la hora de Menos Julia y de La casa inundada.

La relación entre los comentaristas de Macedonio que he citado, más o menos informales todos en su empresa, es de por sí bastante equívoca: Bioy sintió por Cortázar una simpatía casi cortés, basada tanto en la admiración por el escritor como en la curiosidad por el bohemio—entendido por Bioy el bohemio como “el otro”—; en las conversaciones con Sergio López, sobre “Diario de un cuento” de Cortázar:

…probablemente sea el más grande homenaje que me hayan hecho nunca. De una generosidad extraordinaria, realmente. Para mí recordar ese cuento es de una felicidad y un dolor enorme. Es una felicidad por la generosidad del cuento, pero también es un dolor porque yo nunca se lo agradecí a Cortázar. Yo soy un gran postergador de cartas. Me acuerdo que una mañana vino Vlady Kociancich y me pidió que le escribiera a Cortázar porque estaba muy enfermo. Bueno, yo postergué esa carta y al poco tiempo murió Cortázar. Me sentí tristísimo por no haberle agradecido ese cuento.

—El homenaje es tan redondo que incluso el cuento parece escrito un poco “a la manera de Bioy Casares”.

—Es un cuento precioso y una muestra de cariño muy grande. Además, con Cortázar nos pasó una cosa lindísima: los dos, yo en Buenos Aires y él en París, escribimos casi el mismo cuento. El protagonista del cuento de Cortázar es un viajante que llega a Montevideo y se hospeda en el hotel Cervantes. El mío también quiere ir al hotel Cervantes, pero lo llevan a otro. El de Cortázar está en el cuarto y no puede dormir porque al lado hay un chico que llora. En el mío el protagonista tampoco puede dormir porque en el cuarto de al lado hay una pareja haciendo el amor. Al día siguiente el de Cortázar va a protestar, entonces le dicen que no puede ser, que en el cuarto de al lado no había ningún chico, y en mi cuarto en lugar de una pareja había un señor que se llamaba Merlín. Eso fue lindísimo. Fíjese que es casi el mismo cuento, sin embargo no nos enojamos y nos sentimos muy felices porque esa coincidencia indicaba una afinidad entre dos amigos.

Bioy habla alternativamente de dos textos de Cortázar, como todo mundo sabe: “Diario de un cuento”, donde hay una serie de menciones muy favorables sobre el oficio escritural de Bioy, y “La puerta condenada”, que coincide en más de un detalle con “Un viaje o el mago inmortal”. Pero, como lamenté al resumir el argumento de “Cirugía…”, en el resumen de Bioy algo se ha perdido. Esa misma frase usó Borges al prologar una colección de cuentos de Cortázar. Fue generoso, pero hay que tener en cuenta que esa sola página de favor borgesiano, frente a las muchas más para Bioy, para Macedonio, inquieta por lo que implica de silencio. Quizá la mejor valoración crítica del Borges sobre el autor de “La puerta condenada” es ésta: “nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar”. Evidentemente, en esta oración hay un juicio de valor, pero éste cede ante al preciso hallazgo del buen lector, del crítico: el engarce del argumento, en los textos de Cortázar, con el Sentido es perfecto, fatal, inquebrantable. Un ejercicio más detallado explicaría por qué, pero Borges se limitó a esta sentencia luminosa.

Aguillón-Mata

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3.4. Dependencia

Dependencia estilística—no comunicación—mantenía al joven Borges al lado de Macedonio. Que el estilo de Borges, hoy eficaz cuando menos, se debiera al de otro, incluso tratándose de Macedonio, no deja de asombrar. Quizá debido a esta marca imperecedera Borges codificó con no poca sorna el prólogo al que en el post anterior me he referido. Adolfo Bioy Casares, entrevistado por Sergio López, dice al respecto:

Me gustaban los cuentos sobre Macedonio, pero me parece que escribe de una manera que uno no puede leerlo, porque no he podido leer ninguno de sus libros. Yo no lo conocí, pero me he carteado alguna vez con él, por ahí tengo algunas cartas de Macedonio escritas en ese mismo estilo un poco pesado. A veces hay alguna cosa graciosa, pero nada más. No sé, era como si Borges estuviera escribiendo una novela con su vida y ciertos personajes los inventaba un poco y los hacía más graciosos de lo que fueron, más geniales de lo que fueron. […] Macedonio es una creación de Borges, lisa y llanamente. Lo que pasa es que la figura de Macedonio es muy simpática. Que se mudara de pensión en pensión, que tuviera debajo de la cama una valija llena de masitas viejas, en fin, quizá todo eso sea atractivo para un historiador de la literatura.

Esta opinión era compartida entre las amistades de Bioy—Borges excusado; Olga Orozco, por su parte, compuso estas rimas:

En su momento lloré

la muerte de Macedonio.

Nos dejó unos libros que

mandan su gloria al demonio.

Parece que Bioy y compañía tienen una concepción opuesta del quehacer literario a la de Macedonio: el lector debe ser solapado como todo cliente, debe sentirse a gusto, retenerse con amabilidad y sin efectismo. Esto no implica entera sumisión de quien escribe: los textos de Bioy no son simples, sino decididamente engañosos. Pero el engaño consiste en que el lector va casi por propia voluntad hacia un terreno grave y desconcertante. “El lado de la sombra”, “La trama celeste” y Dormir al sol tienen el encanto de lo sencillo que pronto nos muestra un rostro urgente y desconcertado: el propio. El resultado puede ser terrible, pero Bioy ha llevado al lector hasta ahí como no queriendo, mientras Macedonio lo ha hecho a palos. El mismo Adolfo ha confesado, con pena, que valerse de la ciencia ficción—lo que implica cierto efectismo—es al tiempo valerse de una herramienta atractiva pero en última instancia innecesaria, síntoma al cabo de sus carencias como escrito

Bioy tiene razón en su juicio sobre Macedonio en la medida que el autor de “Cirujía…” es para él un viejo ocurrente e ilegible; es decir: Borges sí inventó al Macedonio que Bioy conoció, cuando menos. Sin embargo las voces—y sobre todo las voces literarias—son escurridizas y escapan irremediablemente a cualquier etiqueta. Macedonio ha roto ya la figura a que Bioy se refiere y, con ayuda sobre todo de Ricardo Piglia, ha ganado en misterio y malicia literaria. Bioy, para su desgracia, no conoció sino al viejo inventado por Borges y no pudo sospechar por tanto aquel que Piglia encumbra. Ante esta figura postrera y mística que Piglia ofrece debe trabajar mi desconfianza, sin embargo, tanto como ante el simpático parlanchín de un Borges avergonzado: Macedonio Fernández no es ni uno ni otro, siendo de algún modo ambos.

Aguillón-Mata

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3.3. La memoria

La memoria, base de la crítica, recrea el objeto criticado. Que los azares de mi memoria especulen y puntualicen, entonces: en el laudatorio prólogo que Borges dedica a Macedonio se lee que éste “hablaba como al margen del diálogo y, sin embargo, era su centro”. Hay en tal descripción de Macedonio un modelo de modestia borgesiana y otra puya contra la summa de conocimiento parodiada en la figura de Carlos Argentino. A continuación otro ejemplo:

«Mi última emoción, en Europa, fue el diálogo con el gran escritor judeo-español Rafael Cansinos Assens, en quien estaban todas las lenguas y todas las literaturas, como si él mismo fuera Europa y todos los ayeres de Europa. En Macedonio hallé otra cosa. Era como si Adán, el primer hombre, pensara y resolviera en el Paraíso los problemas fundamentales. Cansinos era la suma del tiempo; Macedonio, la joven eternidad. La erudición le parecía un modo aparatoso de no pensar».

A pesar de Lugones, estas palabras garantizaron la inmortalidad de Macedonio. Más que “Cirugía…” o aun la misma Museo de la novela de la Eterna, no porque el prólogo de Borges valga más, por supuesto, sino porque nadie hubiera editado y reeditado como hasta ahora los textos de Macedonio sin la venia por escrito del autor de Ficciones. (Entre paréntesis diré que ésta es también una función de la crítica.) Al prólogo que Borges dedica a Macedonio se debe gran parte de la curiosidad que lleva a leerlo. Borges es Borges, y a ver quién niega la efectividad de esta tautología. Pero, por extraño que parezca, tras una segunda mirada esta elegía en prosa adquiere otro sentido: en mil novecientos veinticinco Borges publicó Inquisiciones. En este libro, que se negó retóricamente a su reedición en las obras completas, hay una emulación cínica—o inocente, diré en descargo—, casi plagio de Macedonio: “La nadería de la personalidad”. Aquí el principio:

«Intencionario, punto y aparte. Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo, dos puntos. Empeño a cuya realización me espolea una certidumbre firmísima, coma, y no el capricho de ejecutar una zalagarda ideológica o atolondrada travesura del intelecto, punto y seguido».

Y así sigue unas diez páginas. Con razón Borges no quiso reeditarlo. Porque ni tiene la gracia de Macedonio, aunque la pretende, ni la autoridad del mejor Borges. Y es que la entrega de Georgie—como él mismo firmaba sus cartas—a la figura, más que paternal, casi sacerdotal de Macedonio, era tan exasperante que los neologismos exóticos, la puntuación caprichosa, la reverberación barroca y hasta el tema son aquí fatalmente macedonianos. Y Borges quería serlo hasta en la intimidad, como consta en la correspondencia. Carta de Macedonio a Borges—mil novecientos treinta y tantos:

«Querido Jorge: Iré esta tarde y me quedaré a cenar si no hay inconveniente y estamos con ganas de trabajar. (Advertirás que las ganas de cenar las tengo aun con inconveniente y sólo falta asegurarme las otras). Tienes que disculparme por no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa».

Compárese con una respuesta de Borges:

«Hace más de diez días que se me ha pegado París a la suela de los zapatos, pero aún no conozco lo bastante bien esta ciudad para determinar con precisión en dónde queda aquí la calle Rivadavia, y por eso va esta carta a visitarte en vez de ir yo personalmente».

He aquí un Borges interesado en hacerse al margen del diálogo y ser, al tiempo, su centro. Y he aquí que tan halagadora como lapidaria resulta la elegía de Borges dedicada a Macedonio en que se identifica la vitalidad del verbo lúdico con la primera edad del hombre, Adán fundamental, y en la que se afirma además que el Macedonio de mayor valor es el de la expresión ida de las conversaciones y no el de la escritura. No veo por qué el Borges maduro querría enterrar al amigo, aunque es evidente por qué quiso enterrar al joven Borges de Inquisiciones y de las cartas entusiastas, emuladoras del verbo macedoniano. En otras palabras: el comentario de Borges sobre Macedonio debe leerse en la diestra con “El arte de injuriar” en la siniestra.

Aguillón-Mata

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3.2. Que el pensamiento piense el pensamiento

Que el pensamiento piense el pensamiento, que el arte piense el arte—la frase es de Severo Sarduy. Mientras me río de los chistes de Macedonio, su palabra crítica contiene una gravedad insospechada que exige evaluación. Reviso qué opinan los maestros de la crítica: “es la formulación de la experiencia del lector”, dice Antonio Alatorre. Como tal “formulación” es imposible sin la “experiencia”, el filólogo privilegia la subjetividad del lector en esta breve y por tanto eficaz definición y sólo enseguida la formulación de la misma. Nada ha dicho aún sobre la primera formulación, el objeto de la crítica. La crítica en tanto “respuesta” es una entre varias intervenciones en un diálogo imperecedero. Se sabe lo que es un diálogo y que ninguno se salva de impertinencias: una expresión lapidaria como “tal libro es bueno o no” habla, en primerísimo lugar, de una experiencia lectora más bien pobre y, enseguida, a veces, de un libro bueno o uno malo. Ningún crítico respetable va a ceder fácilmente a las frases lapidarias—aunque llega a suceder—; si un libro parece malo al crítico, éste guardará silencio al respecto, como todos hacemos tan amablemente cuando se cuenta un mal chiste. Considerado lo anterior y para dejar a Alatorre por un momento, me quedo con que la crítica habla más de quien enuncia que de su objeto.

Se puede enriquecer esta base con palabras de Tomás Segovia: “La denuncia de la subjetividad me ha parecido siempre una cursilería, hipócrita como toda cursilería. Quien dice Para mí esto es así no está hablando de sus ojos ni menos aún de sus anteojos”. Uy. Quiero estar seguro de que Segovia no pensaba en Alatorre al escribir estas palabras. Bien pudo bajarle al tono, pero hay que admitir que tiene razón. Si aceptamos que la crítica es la enunciación de una experiencia lectora, es decir, de una subjetividad, hay que ceder también ante la transformación del sujeto que contempla debido al objeto contemplado. Aquello que se critica determina al sujeto; esto es, si no se alcanza la objetividad en el ejercicio de la crítica, al menos su contrario, la subjetividad lectora, debe bastante a cierto (inventemos una palabra) objetivismo. De lo que se desprende que, si un lector pretendidamente crítico queda incólume ante la lectura de un texto es porque éste no sirve o porque el sujeto en realidad no sabe leer.

Establecidas estas simplezas, que si se me disculpa llamaré teóricas, me dispongo a reconstruir a Macedonio mediante memorias de terceros.

Borges: “en los últimos días de mil novecientos sesenta, dicto, al azar de la memoria y de sus vaivenes, lo que el tiempo me deja de las queridas y ciertamente misteriosas imágenes que, para mí, fueron Macedonio Fernández”. Por demás conocidos son los espaldarazos críticos que recibió Macedonio de Leopoldo Lugones, en el prólogo a Papeles de Recienvenido y, póstumamente, de Borges, en la antología por él preparada. Los silencios acumulados que siguieron a estas validaciones sobre la vida y obra del autor de “Cirugía…” no bastaron para que ahora un Ricardo Piglia, ni más ni menos, pretenda instituir el desdén de Macedonio como el centro y aun fuente de la mejor literatura hispanoamericana actual. No estará tan desencaminado Piglia si amén de esos desdenes consideramos la naturaleza digresiva e inconclusa de Bolaño más importante que la supuesta buena factura de una, por decir, Isabel Allende o cualquier otro epígono de los últimos hits editoriales. Pero esto es ya hacer historia de la literatura, materia más bien aburrida. Prefiero detenerme un momento en la oración de Borges ya citada: “dicto al azar de la memoria”, dice el viejo, y desde ahí estoy obligado, como buen lector de Borges que debo de ser, a leer lo que sigue con muchas precauciones. Se trata de la misma memoria que retiene más esterilidades que sentido en las ficciones del viejo. Al final de “El Aleph” Borges dice: “felizmente, me trabajó el olvido”, o algo así. La potencia de Funes semeja la saturación de ese círculo de pocos centímetros de diámetro en el que se cruzan todos los lugares. La memoria, en suma, de Borges, tiene dos puntas, como la lengua de una serpiente. Téngase en cuenta.

Aguillón-Mata

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3.1. Para no enterarme

Para no enterarme o al menos fingir que no me entero y no hablar de lo que está a la vista y urge y duele, abro al azar un libro de Macedonio Fernández y hallo el siguiente comienzo: “Se ve a un hombre haciendo su vida cotidiana de la mañana en un recinto cerrado”. La oración no puede ser más esperanzadora, en relación y aun oposición con otros textos de Macedonio que conozco: el personaje no tiene nombre todavía pero ya se le ve. Goza o padece—o ambas alternativamente—una vida cotidiana que en el presente perpetuo del texto sólo continúa, como sin darse nadie cuenta y, para mayor tranquilidad, esto sucede en un recinto cerrado, es decir, donde no hay manera de que el simplón escape. La mañana, por serlo, me produce cierta calma, casi un bostezo, desamodorrándome. Por fin un texto de Macedonio que inicia como manda la santa narración. Para mayor consuelo, se ofrece enseguida el nombre del personaje, un poco raro, he de decirlo: “Es el herrero Cósimo Schmitz, aquél a quien en célebre sesión quirúrgica ante inmenso público le fue extirpado el sentido de futuridad, dejándosele prudencialmente, es cierto (como se hace ahora en la extirpación de las amígdalas, luego de reiteradamente observada la nocividad de la extirpación total), un resto de perceptividad del futuro para una anticipación de ocho minutos”.

Ni hablar, Macedonio lo hizo de nuevo.

Recuerdo ya el texto, “Cirugía psíquica de extirpación”, uno de los más representativos de su autor. En él se alude a la historia de un hombre que tras supuestamente asesinar a su familia solicita se le extirpe el pasado, para vivir sin culpa. Mas tal sino eliminado es también artificial, pues el anodino Cósimo Schmitz había querido, para ganar satisfacción de sí, la inserción en su memoria de un pasado brutal, de pendenciero y asesino, y anular de ese modo su real insignificancia. Encerrado ya por el crimen supuesto y jamás cometido, se le borró también la poca conciencia posible del futuro, de modo que viviera tranquilo a la espera de su ejecución en la silla eléctrica. Pero este breve argumento, traído aquí de los pelos, no parece muy sugestivo. Algo se ha perdido. El secreto está en el verbo “alude” que he antepuesto. “Cirugía…” no narra esa historia, sino apenas la alude, como accidentalmente, para concentrarse en el margen de la historia, en la relación atormentada del propio Macedonio con el lector, mediante la página, y en cómo esta relación es metáfora de la del sujeto con la realidad.

En qué consiste esta relación. En pocas palabras (y podría hacer aquí una digresión enorme a propósito de esta fórmula retórica), consiste en la elusión permanente y fatal de la realidad, o para decirlo más generalmente, en la imposibilidad de conciliar una conciencia subjetiva con un objeto. Pero esto es demasiado general y podría llevarme a especular inútilmente sobre filosofías enojosas. Octavio Paz lo ha dicho mejor, creo, a propósito de la experiencia estética—cito de memoria, con lo cual no quisiera demostrar pedantería sino pereza–: “No es el árbol ni es la cosa, sino la dialéctica entre ambos”—objeto de esta breve serie.

La descentralización del sentido a que se refiere Paz y que multiplica las vías de escritura permite a un autor como Macedonio escribir libros ilegibles en los que el sacro argumento da lo mismo aun siendo imprescindible. Sólo así pueden palidecer las páginas de la acusada “primera novela buena” ante los cincuenta y tantos prólogos que componen realmente Museo de la novela de la Eterna. Sólo así el autor se ausenta de Papeles de Recienvenido sin que apenas se note o así se interrumpen los textos para que el lector, animoso, increpe de a poco al imposible Macedonio (ya Unamuno hacía algo similar con sus personajes en Niebla). La intención del viejo amigo de los Borges no es literaria, siéndolo en última instancia. Atentos: dije aquí “literaria” con no poca ironía: la intención de Macedonio, vuelvo, no se atiene a lo que por literatura entendemos, sino a lo que el viejo reconstruyó. Su discurso arremete contra formas comunes del arte pero, en última instancia, se revela crítica de la realidad.

Aguillón-Mata

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Las maneras de leer

por Jorge Téllez

El Kindle de AmazonLa semana pasada la revista Granta hizo pública la lista de “Los mejores narradores jóvenes en español”.

Ayer 7 de octubre, la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. Esta semana, del 6 a 10 de octubre, se lleva a cabo la Feria del Libro de Frankfurt 2010, con Argentina como país invitado.

El primero de estos tres acontecimientos generó críticas no sólo por la calidad de los incluidos sino por la calidad del jurado que los seleccionó. Se le critica su interés estrictamente mercantil, su parcialidad en la elección, su nula representación geográfica –hay más escritores de Huelva (dos) que de todo México (uno), por ejemplo–, o de género –cinco mujeres por diecisiete hombres–, o alfabética –siete de los nombres seleccionados comienzan con “A”. Cada quien elige su batalla.

Lo mismo sucede con el Premio Nobel. Las especulaciones oscilan siempre alrededor de los prejuicios que puedan fundamentar la decisión de la Academia Sueca y que corresponden a criterios geopolíticos, mediáticos, de género, de raza, y un sinfín de combinaciones que posibilitan, incluso, que se especule con estadísticas y apuestas. Vargas Llosa, por ejemplo, tenía un 25/1 en este sitio de apuestas, lo que lo colocaba en el lugar 19 de los posibles ganadores.

Mientras tanto, en la Feria de Frankfurt, uno de los temas candentes es el del libro en la era digital. “The future of publishing takes shape”, dice el título de una nota que privilegia mucho más el análisis de la relación autor-editorial, en el marco de estas nuevas tecnologías, que la relación entre texto y lector.

En uno de los comentarios del artículo que la Revista Digital Hermano Cerdo dedicó a la lista deGranta, se cuestiona la posibilidad de esos autores se lean pues, dice, algunos de ellos son muy caros para “el lector de a pie”. Esta jerarquización entre lectores “de a pie” y lectores ¿motorizados? no sorprende: la Encuesta Nacional de Lectura 2006 (ENL) ya había dejado claro que “los niveles más altos de gusto por la lectura se concentran en los niveles medio alto, alto y medio” del perfil socioeconómico de los encuestados (p. 49). Además, lo obvio: en un país donde el sistema de bibliotecas no funciona, entre más dinero, mayor acceso a los libros.

Lo que sí sorprende es el uso un término que, hasta ahora, se había usado de manera condescendiente por políticos y analistas para delimitar tajantemente una diferencia de clase que los separa del vulgo, de esos “otros” que todavía utilizan su cuerpo para transportarse y cuya presencia no incide en el devenir político: su participación es pasiva. La inserción de este léxico en el campo de las letras redefine el espectro de lectores no por la forma en que leen, sino por cómo pueden acceder a las lecturas.

El papel que juega el lector parece cada día más difuso. Ahora que el entretenimiento se ha mudado de las novelas de Dickens a las series de HBO, la lectura masiva por diversión queda restringida a algunos best-sellers que en su nombre llevan la penitencia: al parecer, en la república literaria se desconfía por definición de los libros que venden.

Lo curioso es que esta misma actitud no se reproduce en la lectura, porque ésta se ha convertido en un símbolo de estatus. Pensar en la existencia de un “lector de a pie” es pensar en la diferencia entre un lector-Péndulo y un lector-Porrúa, para ejemplificar con librerías típicamente caracterizadas en el D. F. como de clase media-alta, la primera, y de clase baja y/o estudiantil, la segunda.

Existe cierta vocación finalista al pensar que hay lectores y no lectores, y que la movilidad entre esos dos niveles es difícil. La ENL demuestra que tanto los que leen como los que no conciben la lectura como una manera 1) de aprender (75.5%), 2) de ser culto (11.9%) y 3) de divertirse (5.4%). Esta ingenua caracterización fomenta, por un lado, el alejamiento de quienes buscan acercarse a la lectura y, por otro, la cerrazón que se trasluce en la cada vez más recurrente moda de la literatura autorreferencial, ideal para tesis y para lectores que buscan convertirse en escritores.

Paralelamente a los endogámicos debates por listas y premios, hace falta una reflexión sobre la posibilidad de que las nuevas tecnologías influyan positivamente en estos mecanismos de exclusión. Un buen ejemplo es el proyecto & Other Stories, que ha creado grupos de lectura y discusión, para que sean los lectores quienes evalúen y recomienden la traducción y publicación de textos. Ideas como ésta quizá eviten pensar que el nacimiento de un escritor implica la muerte de un lector.

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Alberto Chimal: «Lo mejor que hay en todo esto es esa posibilidad de compartir»

En esta entrega de Derivaciones platicamos con Alberto Chimal. El propósito de la serie es dar a conocer un poco más la labor de quienes hacen usos constructivos de las herramientas de la red en el contexto mexicano. Aquí Alberto conversa con Ernesto Priego.

SinLugar: ¿Cómo concibes tu trabajo en la red?

Alberto: Como parte del resto del trabajo. Hace tiempo que no me es posible trazar una división clara entre «en línea» y «fuera de línea». En especial en años recientes, mucho de lo que he hecho en línea se ha convertido en el origen de varios proyectos. Por otra parte, también me es muy claro que esta fusión es, en el mejor de los casos, ilusoria: no nos trasladamos a otro lado cuando nos «conectamos»: si acaso, nos extendemos, tocamos eso otro.

SinLugar: Para quien no conoce lo que haces, ¿de qué tipo de trabajo estamos hablando?

Alberto: Sobre todo, trabajo de escritura. Colaboro en algunas revistas, tengo varios libros publicados y otros en proceso, y mantengo tanto un blog literario como la proverbial cuenta de Twitter. Lo que escribo es primordialmente narrativa, y empezó como una serie de proyectos muy librescos, pero eso fue hace mucho tiempo y ha ido ampliándose en direcciones que no preví.

No nos trasladamos a otro lado cuando nos «conectamos»: si acaso, nos extendemos, tocamos eso otro.»

SinLugar: Creo que tu identidad digital la tienes muy bien perfilada… ¿qué tan importante crees que es para los escritores actualmente hacer uso de las herramientas del Internet?

Alberto: Se está volviendo cada vez más necesario, creo. En parte se debe a la mera presión social (todo el mundo las está usando), pero también a que lo que nos toca escribir tiene que relacionarse de algún modo con esta, digamos, esfera de comunicación en la que las herramientas nos permiten interactuar.

Es un cliché (pero es verdad) decir que la literatura debe recrear todos los grandes temas, todo lo que se ha dicho ya, porque si ellos no se renuevan, las sociedades sí, al igual que las lenguas. La red es el lugar donde se desarrollan las nuevas sociedades y lenguas; por lo tanto no podemos darle la espalda.

La presencia de la red puede volverse determinante y lo será, en todo caso, a partir de su relación particular con el lenguaje.»

SinLugar: Sin embargo no es cuestión de usarlas sólo porque sí… es decir, «todo mundo las está usando», pero no todo mundo las usa igual. ¿Crees que hay una especificidad del uso de las redes por parte de los escritores, o que la debe haber?

Alberto: Precisamente lo que puede hacer el escritor es, entre otras cosas, sondear, matizar, explicar qué significa exactamente esa frase que pones entre comillas. El escritor es especialista en utilizar el lenguaje: parte de su trabajo está en examinar y comprender cómo lo utilizan otros. Desde luego, que pueda hacerlo no quiere decir que «deba hacerlo» en el sentido de que la red se vuelva su único tema literario; lo que quiero decir es que, sin importar cuál sea su tema, la presencia de la red puede volverse determinante y lo será, en todo caso, a partir de su relación particular con el lenguaje.

SinLugar: Tú eres alguien que tiene un bagaje literario plenamente internacional, se nota en tu actividad en red y en tu trabajo publicado. Como miembro de una generación que crecimos sin internet, ¿qué tanto crees que la red esté promoviendo una nueva cultura literaria en México, menos parroquial o nacionalista? ¿Hay algo de eso o no?

Alberto: Hay mucho de eso, pero probablemente no se nota tanto como debería porque la red mexicana, digamos, se usa para promover al mismo tiempo todo lo demás: todas las posturas convencionales, parroquiales, cerradas de otras épocas. Por otro lado, lo más destacado de las nuevas tendencias es, me parece, una especie de cosmopolitismo con dos centros: la literatura española y la estadounidense. (Y en especial, el mercado español y los estamentos críticos estadounidenses.)

SinLugar: ¿Y la literatura mexicana está interactuando con ellos? ¿Como grupo? O con casos aislados…

Alberto: Más de lo que podría parecer. No sólo hay autores mexicanos más o menos jóvenes que están logrando, por lo menos, publicar y darse a notar en editoriales españolas (lo que hace quince años hubiera sido impensable; de entre ellos, Yuri Herrera me parece uno de los más estimables) sino que, por otro lado, una revista como Hermanocerdo puede saltarse trabas de agentes y editoriales y publicar un dossier excelente de cuento estadounidense contemporáneo, para consumo del lector de habla española.

SinLugar: ¿Y esto lo atribuyes tú en parte a nuevas formas de interacción gracias a la red?

Alberto: Al menos, la red facilita las posibilidades de contacto e intercambio. Algo más que está sucediendo es la aparición de ciertos proyectos editoriales internacionales que en otra época habrían sido mucho más difíciles, y la mayoría están centrados en publicaciones virtuales. Un ejemplo es la serie de antologías que están haciendo autores como Salvador Luis, quien dirigie la revista losnoveles.net y cada tanto puede convocar a autores que conoce por esta vía para proyectos impresos.

SinLugar: ¿Cómo comenzó el concurso de Las historias?

Alberto: Un poco por azar, como acostumbra suceder… Estaba buscando algo que hacer para volver a mi bitácora más estructurada y explorar un poco más profundamente lo que se puede hacer con el blog. La primera imagen que propuse la eché «al aire», sin proponerla como un concurso, y no tuvo ninguna respuesta. De hecho el concurso comenzó propiamente con la segunda entrega, que quedó etiquetada como concurso y «enmarcada» con bases y la idea de un premio. Y a partir de allí no he dejado de hacer una nueva convocatoria prácticamente cada mes.

SinLugar: ¿Y cada mes hay respuesta?

Alberto: Sí, con las altas y bajas que cabe esperar. En los mejores meses los lectores han enviado más de un centenar de trabajos y has discutido los concursantes con ahínco, lo que me parece muy satisfactorio.

Pienso en Las historias como en una bitácora de creación literaria, práctica más que teórica y, desde luego, que informativa en el sentido convencional (apenas llego a publicar «noticias» en el sentido convencional). Parte de lo que me gusta del concurso y de algunas otras secciones es que sirven para alentar la escritura creativa (no reactiva) de otros.

SinLugar: Siempre me ha gustado de tu propuesta que «no es todo sobre tí» sino que también catalizas el trabajo de otros. Inspiras. Creo que esto se facilita al usar plataformas como el blog, permitiendo comentarios, tuiteando, compartiendo vínculos, etc.

El blog todavía le gana a las redes sociales; Facebook tiene una estructura demasiado rígida, por ejemplo, y Twitter es difícil de sondear hacia atrás, hacia el pasado.»

Alberto: Gracias. Es cierto: lo mejor que hay en todo esto es esa posibilidad de compartir. Una idea que me gusta es la del blog como «cámara de maravillas»: acopio de todo lo que pueda interesar a una conciencia particular, de modo que esté disponible para que un visitante lo vea en el orden que quiera y encuentre puntos de contacto que el propio creador (coleccionista, curador) no ha previsto. (En esto el blog todavía le gana a las redes sociales; Facebook tiene una estructura demasiado rígida, por ejemplo, y Twitter es difícil de sondear hacia atrás, hacia el pasado.)

SinLugar: Quisiera que nos platicaras cómo es que a tí se te da esto que no veo que sea una actitud generalizada; la de construir compartiendo e inspirando, en el contexto de la escritura, de la literatura en México.

Creo que a los escritores en México, a la mayoría, les da miedo perder su estátus si publican en la red… y mucho menos darían espacio a que otros (potenciales competidores) escriban también…

Lo mejor que hay en todo esto es esa posibilidad de compartir. Una idea que me gusta es la del blog como «cámara de maravillas.»

Alberto: Por desgracia es verdad que la idea de competencia es muy fuerte. Es notable que muchas bitácoras de escritores están como un escaparate más que como una posibilidad de interacción. Pero esa es cuestión aparte. En lo que a mí concierne, creo que todo viene de cómo se engrana lo que hago en la red con mi trabajo de tallerista y de profesor y, sobre todo, con los temas que me interesan para enseñar y para trabajar.

Mucho de lo que hago tiene que ver con la literatura fantástica y otras que se consideran «marginales» por el «establishment» literario nacional. Así que buena parte del trabajo, desde que comencé, ha sido intentar contrarrestar numerosos prejuicios heredados. Para esto, entre otras cosas, sirve la difusión, el compartir información.

Al poder político, como es evidente, le importa poco todo esto.»

SinLugar: ¿Qué tipo de prejuicios heredados? ¿Los puedes ennumerar?

Alberto: Algunos de los más relevantes son:

1. La idea de que la narrativa mexicana es «naturalmente» realista y orientada a la discusión o la metaforización de lo político.

2. La idea tradicional del intelectual como el estatus «ideal» de un escritor: la idea de que lo fundamental es que el trabajo influya en las élites y permita el acceso al poder.

3. El prejuicio que favorece a los géneros narrativos «puros» y en especial a la novela, entendida como se entendía (por lo demás) en el siglo XIX.

Ni siquiera en esta época (en que al poder político, como es evidente, le importa poco todo esto) se han dejado de lado las concepciones del arte como subordinado a ese poder y regido por el conjunto de dogmas verticales que imperaron durante la mayor parte del siglo pasado.

SinLugar: Me parece que poco a poco, desde tus espacios, has ido creando una importante insurrección…Me gustaría que más gente lo reconociera. Porque uno pensaría que sigue rigiendo la idea que se es escritor para acabar siendo agregado cultural, o al revés…

Alberto: Justamente ese es el problema con esos prejuicios, que, por lo demás, tienen el efecto adicional de ocasionar desconfianza o desprecio por la figura del escritor, a quien se ve en muchas ocasiones como un parásito.

Una ventaja de la red es que es posible contrastar muchas visiones diferentes de las cosas.»

SinLugar: Sin embargo existe esa idea entre mucha gente… pero me gusta que no te dejas abatir por ese tipo de cosas. Muchos hubieran dejado lo del concurso a la primera al ver que no había respuesta… pero insististe.

Alberto: Una ventaja de la red es que es posible contrastar muchas visiones diferentes de las cosas. Y la ventaja (a la vez que la dificultad) de un espacio libre en la red es que es posible ensayar muchas posibilidades sin que haya el peso (o la obligación) de entregar una «obra terminada» en el sentido tradicional.

Una de las grandes posibilidades todavía sin explorar de la red en México tiene que ver con el apoyo de la distribución de los libros.»

SinLugar: Sí. El otro día ví que a través de un tuit un lector tuyo se puso en contacto contigo y conseguiste que la editorial le consiguiera uno de tus libros… Antes eso hubiera tomado meses…

Alberto: Eso estuvo buenísimo. Me encantaría que contactos así se volvieran más frecuentes, porque una de las grandes posibilidades todavía sin explorar de la red en México tiene que ver con el apoyo de la distribución de los libros, que en general tiene (como sabes) muchísimas dificultades. Y ni hablar de lo que podría suceder, cuando la tecnología empiece a abrirse paso de veras, con los libros electrónicos.

SinLugar: Así es. Se habla de la brecha digital, pero al mismo tiempo la polarización social es tal que los lectores de ciertos libros impresos sí tienen acceso a ciertas tecnologías… (pero no a libros). Hay más internet cafés en México que librerías. La red y libros en plataformas digitales podrían acercar, en lugar de alejar, a potenciales lectores con libros nuevos o recientes de autores mexicanos de los que han oído hablar pero que son de carácter casi mítico en sus localidades…

Alberto: Cierto. Y el problema es más apremiante porque sucede también con autores más o menos «canónicos», incluyendo muchos que se encuentran en los planes de estudio de las escuelas. El texto más visitado de Las historias, por ejemplo, es un cuento de Amparo Dávila, una autora extraordinaria cuyos libros se distribuyen poquísimo. Y en los comentarios del sitio se ve cómo muchos lectores vienen a buscar «el resumen», «la esencia», «el mensaje» del cuento, que es lo que acostumbran pedir muchos profesores.

SinLugar: Sí. Y seguro el texto no está en sus bibliotecas, o no hay la costumbre de ir a la biblioteca (o no hay biblioteca) o no la saben usar y Google está ahí a la mano… Es decir, en las bibliotecas pasa también. Hay más demanda de copias de libros introductorios, explicativos, sobre ciertos autores que las obras propiamente. Ahora, cuando esos libros no existen…

La idea de la lectura que tiene el sistema educativo nacional es la de un proceso estrictamente utilitario, sin placer ni creatividad.»

Alberto: Exacto. Y el problema se agrava porque la idea de la lectura que tiene el sistema educativo nacional es la de un proceso estrictamente utilitario, sin placer ni creatividad: encontrar la información que se pide y ya.

SinLugar: Pero tú has creado una comunidad alrededor de tu blog y tus clases y tus tuits donde hay placer por la lectura y la escritura. ¿no?

Alberto: Así lo espero… Ese placer es de las cosas que más me alentaron a dedicarme a esto.

SinLugar: ¿Algún último comentario para cerrar la conversación?

Alberto: Releyendo lo que hemos conversado pienso en esto: otro prejuicio muy asentado en México alrededor de la literatura es que se trata de una actividad cuyo único sentido está en su «producto»: como influye en otros, cómo se vende, cómo se percibe, cómo impulsa el estatus (el «standing«) del escritor.

Tal vez sea por esto que, al contrario de lo que sucede en otros países, en México apenas se hable de creación literaria, de la parte práctica del asunto. Aquí apenas tenemos literatura sobre el asunto: nos falta nuestro John Gardner (y nuestro Gordon Lish).

En cambio, parte de lo mejor que he podido descubrir en estos años es una disposición para abordar la escritura como camino, por así decir: como proceso de (auto)descubrimiento y de relación con el mundo. Se da en la red y esto es de lo más interesante que pasa en ella, al menos para mí.

Como dicen en Tuíter, «pues eso»…

La entrada de Wikipedia sobre Alberto Chimal está aquí.

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1.5. La fotografía no es un arte

«La fotografía no es un arte justo como el lenguaje no es un arte—dice más o menos Susan Sontag (en On Photography, Sobre fotografía, 1977)—pero se puede hacer tanto arte con fotografías como se puede con el lenguaje». Un matiz: se puede hablar de fotografía como algo análogo al lenguaje sólo si uno se refiere a la potencia. El lenguaje es expresión concreta de un sistema abstracto—parole et langue—y sólo en esos términos la comparación es posible. Posible, si bien no definitiva: el sistema abstracto del lenguaje es en fotografía técnica concreta. Ambas palabras designan las concreciones dadas pero—y sobre todo—las por venir; ni lenguaje ni fotografía existen ni pueden existir absolutamente. Si discutimos las posibilidades de la fotografía como medio para el arte, el sustantivo análogo no es «lenguaje», sino la expresión supuestamente artística del lenguaje: «literatura». Designamos dos cosas con la misma palabra: fotografía: técnica, concreción, potencia; fotografía: disciplina y tradición con fines estéticos. ¿Es la literatura arte?; ¿o la fotografía en su segunda acepción? Estas preguntas nos parecen tan anacrónicas porque la misma noción de arte lo es. Grandes maestros de la tradición fotográfica, forzosamente hombres del siglo veinte, como Edward Weston, Paul Strand o Alfred Stieglitz manifestaron su indiferencia ante este pseudo-problema. 1: porque el espíritu moderno que ha reinventado y difundido la idea de democracia iguala, siquiera en teoría, a cada espécimen del género humano. Espécimen, en democracia, se quiere representante; todos de cada uno. El arte, en cambio, basado en las distinciones aristotélicas entre hombres y hombres mejores, se nos revela caduco. Frente al arte, pura expresión. No de lo mejor ni de lo bello: de lo verdadero. La verdad y sus contradicciones—la verdad en matices y vuelcos—supera lo mejor, que existe junto a lo peor. Y este existir es presente progresivo: lo que hay transcurre, se está haciendo. Frente a esto, el arte permanece. Espantado. Su estatus no es el mismo que antes ni podría serlo. El arte no representa a los hombres iguales; la democracia lo promete. Vemos más verdad en expresiones no artísticas, más representación nuestra, más nosotros. El cadáver en los periódicos, los perfiles en archivos policiales y los retratos de Bibi Aisha y de Ashtiani nos parecen mucho más elocuentes que la exposición en Sammlung-Boros (alemán), aunque no mucho más que el edificio en sí. 2: porque la profesionalización del arte se ha erigido perdición del arte. Esto aplica para todas las disciplinas. Tomás Segovia, en un ensayo sobre Piedra de Sol de Octavio Paz (en Lecturas de Piedra de Sol. Edición conmemorativa del poema de Octavio Paz, 2007) afirma que el poeta no quiere ya hacer obras maestras. Lo que se quiere es escribir poesía—de nuevo, expresión elocuente sobre algo verdadero sujeta a normas convencionales—y acaso ver nacer en ésta, a posteriori, una pieza decente. Aquí una pieza decente o buena, incluso maestra, ha de ser representativa; si de uno, de todos. A esto se debe que las novelas decimonónicas, mayor y mejor expresión de su género, nos parezcan poca cosa ante el desarrollo de la novela-ensayo, de la novela-diario, de la novela-memoria. Al mismo tiempo, viejas novelas basadas en formas menores vuelven a seducirnos: Robinson Crusoe (Daniel Defoé, 1719) y Les Liaisons dangereuses (Pierre Choderlos de Laclos, Las relaciones peligrosas, 1782) son excelentes ejemplos de esta tendencia. Si no se quiere ni se puede abolir la idea e incluso la noción de «arte», el mundo moderno en pos de cierta democratización del espíritu—distinta de la supuesta y en verdad fraudulenta del estado—nos obliga a jamás utilizar el término «arte» a priori; esto es: ejecuciones específicas de las llamadas artes deben ganar con calidad, elocuencia y representatividad su inclusión no en el parnaso de las artes, sino en la discusión sobre el mismo. Tanto arte se puede hacer con fotografía como con literatura, así como ninguna fotografía ni poema es arte definitivamente. Por esto debemos pensar, no aceptar ni refutar de inmediato, la declaración de Stockhausen sobre el ataque del once de septiembre a Nueva York: «lo que pasó ahí fue, por supuesto—ajusten todos ahora sus cerebros—, la mayor expresión artística que jamás existió.»

Aguillón-Mata

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